En
1873, en el condado de DeKalb, Illinois, varias personas inventaron
casi al mismo tiempo un instrumento que, sin ellos saberlo, iba a
marcar gran parte del siglo posterior. En el proceso de cercado de
las grandes llanuras americanas uno de los problemas cruciales era la
escasez de madera barata. La necesidad de cercar al ganado y proteger
sus pastos se convirtió en una costosa inversión. El Departamento
de Agricultura de los Estados Unidos calculó que el coste del total
de las cercas de madera levantadas a lo largo y ancho del país
igualaba la deuda nacional, y constató que la suma del coste de las
reparaciones y mantenimiento de las empalizadas superaba la suma de
todos los impuestos federales, estatales y locales. La delimitación
de las parcelas y la contención del ganado se convirtió, pues, en
un problema de contabilidad nacional. Los colonos y granjeros,
espoleados por la necesidad, comenzaron a buscar alternativas para el
cercado. Se ensayó primero con el bois
d’arc, o narango de
Osage ―un árbol pequeño que se puede cultivar como arbusto alto y
que crece en plazo de tres o cuatro años―, para disponerlo como
separación natural a la manera de los setos europeos. Con una
particularidad: el naranjo de Osage contiene a lo largo de todas sus
ramas, y rodeándolas, espinos de 1,2 cm separados entre sí a
intervalos regulares de 3 cm. Una barrera natural infranqueable para
el ganado. En la década de 1860 se plantaron alrededor de 97.000
kilómetros de éstos árboles en EE.UU.
Pero
ésta solución no fue duradera. El crecimiento del bois
d’arc era
demasiado lento para el acelerado proceso de cercado, podía
albergar malas hierbas, parásitos e insectos y usurpaba tierra útil
para la plantación. Por eso, durante la década de 1870, varios
granjeros del condado de DeKalb inventaron casi de manera simultánea
una forma de cercado de alambre reforzado con espinos. La patente de
la primera variante fue registrada a nombre de Michael Kelly en 1868,
pero el diseño que con el tiempo se hizo más conocido
comercialmente se debió a Joseph F. Gliden, que lo patentó en 1874.
Para el año 1880 las fábricas ya producían unos 36.500.000 kg de
alambre de espino.
Inventado
en principio para mantener dentro de los límites de la propiedad al
ganado, se comenzó a aplicar con profusión para el encierro de
seres humanos durante el siglo XX, con gran éxito, y desde entonces
no ha dejado de utilizarse. Como el desarrollo de la sociedad de
masas ha generalizado el tratamiento de las personas como mero
ganado, su aplicación es muy coherente con el signo de los tiempos.
De
sobra es conocido el poder simbólico que el alambre de espino tiene
en la cultura contemporánea. En Europa nos recuerda a los campos de
exterminio nazis y al GULAG soviético, al Telón de Acero, y al Muro
de Berlín; en EE.UU. a Guantánamo y las prisiones de alta
seguridad; en América Latina a las dictaduras y sus tétricos
Centros de Detención. En cualquier sitio, un
alambre de espino recuerda al encierro humano y a la represión. Pese
a todo, este sencillo instrumento no ha perdido su vigencia. Su
insistente presencia a lo largo y ancho del planeta durante siglo y
medio nos recuerda cuál es el precio de la pretendida libertad en
la «sociedad
de la información».
A pesar de los modernos sistemas de vigilancia y control de las
poblaciones, del espionaje electrónico y la centralización de
datos, las alambradas siguen gozando del favor de muchos gobiernos.
Quizá por pura nostalgia o quizá por miedo a la empecinada voluntad
de algunos que aún se niegan a ser tratados como borregos. El caso
es que su instalación en la valla que separa Melilla de Marruecos
nos ofrece una visión muy clara de lo que son nuestras supuestas
democracias europeas.
En
países como Francia, cuya exquisitez y refinamiento están fuera de
toda duda, han surgido empresas que, considerando la necesidad
presente y futura de seguir levantando barreras para todo tipo de
«indeseables»,
pretenden hacernos la vida más agradable y proponen su «Cerca
Defensiva Trenzada Natural».
Estas cercas son una selección de especies vegetales con espinas
particularmente lesivas que mantienen las ventajas del clásico
alambre de púas, pero ofrecen un paisaje menos agresivo, «ecológico,
decorativo e infranqueable».
Un naranjo de Osage para humanos. Sin duda, el grado de perversión
moral al que puede llegar nuestra «sociedad
abierta»
casi no tiene límites.
Ya
hemos visto en acción a los «ejércitos
humanitarios»,
y hemos presenciado el magnífico efecto de un «bombardeo
preventivo»,
además de conocer todos los resultados de miles de «estudios
de impacto ambiental».
Y estamos tan saturados de corrección política que no nos cabe una
gota más. Por eso, la defensa de la instalación de la concertina
con cuchillas en la alambrada fronteriza, por parte de los mismos
energúmenos que preparan la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, es de
agradecer. Muestra abiertamente, para quien no lo supiese ya, qué
tipo de mezquindad y crueldad pretende gobernarnos. A un lado y al
otro de la alambrada, el poder nos insulta en un mismo idioma, y
cuando uno ve la total indiferencia de la mayoría no sabe si
lamentar más nuestra cobardía o nuestra cortedad de miras. Parece
ser que la coreada revolución tecnológica, que nos oferta cientos
de libertades banales cada día, se obtiene al precio de ceder
nuestra libertad en todo lo esencial, y de convertiros, efectivamente,
en un rebaño digital.
Si
dejamos que la alambrada se extienda, si no empezamos a desobedecer
activamente, para cuando queramos darnos cuenta será demasiado
tarde.