martes, 26 de noviembre de 2013

La alambrada

En 1873, en el condado de DeKalb, Illinois, varias personas inventaron casi al mismo tiempo un instrumento que, sin ellos saberlo, iba a marcar gran parte del siglo posterior. En el proceso de cercado de las grandes llanuras americanas uno de los problemas cruciales era la escasez de madera barata. La necesidad de cercar al ganado y proteger sus pastos se convirtió en una costosa inversión. El Departamento de Agricultura de los Estados Unidos calculó que el coste del total de las cercas de madera levantadas a lo largo y ancho del país igualaba la deuda nacional, y constató que la suma del coste de las reparaciones y mantenimiento de las empalizadas superaba la suma de todos los impuestos federales, estatales y locales. La delimitación de las parcelas y la contención del ganado se convirtió, pues, en un problema de contabilidad nacional. Los colonos y granjeros, espoleados por la necesidad, comenzaron a buscar alternativas para el cercado. Se ensayó primero con el bois d’arc, o narango de Osage ―un árbol pequeño que se puede cultivar como arbusto alto y que crece en plazo de tres o cuatro años―, para disponerlo como separación natural a la manera de los setos europeos. Con una particularidad: el naranjo de Osage contiene a lo largo de todas sus ramas, y rodeándolas, espinos de 1,2 cm separados entre sí a intervalos regulares de 3 cm. Una barrera natural infranqueable para el ganado. En la década de 1860 se plantaron alrededor de 97.000 kilómetros de éstos árboles en EE.UU.
Pero ésta solución no fue duradera. El crecimiento del bois d’arc era demasiado lento para el acelerado proceso de cercado, podía albergar malas hierbas, parásitos e insectos y usurpaba tierra útil para la plantación. Por eso, durante la década de 1870, varios granjeros del condado de DeKalb inventaron casi de manera simultánea una forma de cercado de alambre reforzado con espinos. La patente de la primera variante fue registrada a nombre de Michael Kelly en 1868, pero el diseño que con el tiempo se hizo más conocido comercialmente se debió a Joseph F. Gliden, que lo patentó en 1874. Para el año 1880 las fábricas ya producían unos 36.500.000 kg de alambre de espino.
Inventado en principio para mantener dentro de los límites de la propiedad al ganado, se comenzó a aplicar con profusión para el encierro de seres humanos durante el siglo XX, con gran éxito, y desde entonces no ha dejado de utilizarse. Como el desarrollo de la sociedad de masas ha generalizado el tratamiento de las personas como mero ganado, su aplicación es muy coherente con el signo de los tiempos.
De sobra es conocido el poder simbólico que el alambre de espino tiene en la cultura contemporánea. En Europa nos recuerda a los campos de exterminio nazis y al GULAG soviético, al Telón de Acero, y al Muro de Berlín; en EE.UU. a Guantánamo y las prisiones de alta seguridad; en América Latina a las dictaduras y sus tétricos Centros de Detención. En cualquier sitio, un alambre de espino recuerda al encierro humano y a la represión. Pese a todo, este sencillo instrumento no ha perdido su vigencia. Su insistente presencia a lo largo y ancho del planeta durante siglo y medio nos recuerda cuál es el precio de la pretendida libertad en la «sociedad de la información». A pesar de los modernos sistemas de vigilancia y control de las poblaciones, del espionaje electrónico y la centralización de datos, las alambradas siguen gozando del favor de muchos gobiernos. Quizá por pura nostalgia o quizá por miedo a la empecinada voluntad de algunos que aún se niegan a ser tratados como borregos. El caso es que su instalación en la valla que separa Melilla de Marruecos nos ofrece una visión muy clara de lo que son nuestras supuestas democracias europeas.
En países como Francia, cuya exquisitez y refinamiento están fuera de toda duda, han surgido empresas que, considerando la necesidad presente y futura de seguir levantando barreras para todo tipo de «indeseables», pretenden hacernos la vida más agradable y proponen su «Cerca Defensiva Trenzada Natural». Estas cercas son una selección de especies vegetales con espinas particularmente lesivas que mantienen las ventajas del clásico alambre de púas, pero ofrecen un paisaje menos agresivo, «ecológico, decorativo e infranqueable». Un naranjo de Osage para humanos. Sin duda, el grado de perversión moral al que puede llegar nuestra «sociedad abierta» casi no tiene límites.
Ya hemos visto en acción a los «ejércitos humanitarios», y hemos presenciado el magnífico efecto de un «bombardeo preventivo», además de conocer todos los resultados de miles de «estudios de impacto ambiental». Y estamos tan saturados de corrección política que no nos cabe una gota más. Por eso, la defensa de la instalación de la concertina con cuchillas en la alambrada fronteriza, por parte de los mismos energúmenos que preparan la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, es de agradecer. Muestra abiertamente, para quien no lo supiese ya, qué tipo de mezquindad y crueldad pretende gobernarnos. A un lado y al otro de la alambrada, el poder nos insulta en un mismo idioma, y cuando uno ve la total indiferencia de la mayoría no sabe si lamentar más nuestra cobardía o nuestra cortedad de miras. Parece ser que la coreada revolución tecnológica, que nos oferta cientos de libertades banales cada día, se obtiene al precio de ceder nuestra libertad en todo lo esencial, y de convertiros, efectivamente, en un rebaño digital.
Si dejamos que la alambrada se extienda, si no empezamos a desobedecer activamente, para cuando queramos darnos cuenta será demasiado tarde.