lunes, 10 de marzo de 2014

Estar a favor, estar en contra

En nuestros días se nos impone a cada paso una toma de posición respecto a la masa amorfa de acontecimientos que estremecen eso que han llamado «la opinión pública». Hay que estar a favor o en contra, porque el matiz engendra la incertidumbre, la incertidumbre lleva a la duda y ésta, con frecuencia, a la costumbre de pensar por uno mismo. Y, en nuestro agitado mundo, eso es fatal. Debemos optar ya, sin muchos remilgos, por unos o por otros. ¡Es urgente! A favor o en contra de los ucranios, a favor o en contra de los rusos, o de la Unión Europea. Con la Ley o con los corruptos; con los que protestan, o a favor de la silenciosa pero temible corriente de los que asienten. Todos los días se nos ofrece la posibilidad de realizar este tipo de elecciones, ya se trate de Crimea o Venezulea, de Melilla o Cataluña. Las personas informadas se reconocen al instante por eso: siempre que se les requiere (y cuando no, también) tienen a mano su opinión, preparada para saltar a la palestra «a favor o en contra» de lo que sea.
Desde que las masas entraron por la gran puerta de la Historia de mano de las distintas Revoluciones de nuestra Era, ya no hemos podido salir de ella en ningún momento. Y como el curso de la historia y sus catástrofes se ha visto acelerado de forma inédita por distintos factores ―desde el motor de combustión interna a las burocracias internacionales, pasando por la política de la Reserva Federal de EE.UU.―, tomar partido no es ya tanto una posibilidad como una obligación.
Deberíamos, por eso, defender nuestra libertad de no pronunciarnos respecto a las continuas preguntas e inquisiciones que sólo buscan la aquiescencia que supone la contestación. Si no se pueden impugnar los términos en que se plantea la pregunta, la opinión está trucada. Desposeídos de nuestra voluntad para la satisfacción de nuestras necesidades básicas, se nos acumulan las cuestiones de actualidad más banales sobre las que pronunciarnos, y lo hacemos a menudo con la suficiencia del que lo ignora casi todo. Sin emabrgo, las parcelas de nuestra vida que han caído bajo la administración técnica de unos aparatos inconmensurables y complejísimos, nos señalan con claridad en qué medida nuestra opinión «a favor o en contra» es inoperante en cuanto a aquello que nos incumbe más directamente.
Si con estas notas he contribuido en alguna ocasión a fomentar esa actitud, espero que se me disculpe. Yo también soy hijo de mi tiempo. Hace poco, un buen amigo me envió unas cuantas respuestas contrarias a algo que yo había escrito aquí, recolectadas pacientemente entre algunos conocidos suyos. En todas había una exigencia que se repetía: «¿dí, entonces, qué hacemos?» Por supuesto, no hay respuesta a esa pregunta; al menos planteada de ese modo. Ese es el problema: que nos vemos abocados a la inacción cuando pensamos qué hacer y quienes tienen el poder de actuar no saben lo que hacen.
Con otro amigo un día pensamos un chiste gráfico, se trataba de un cartel donde se leyese:


¿HARTO DE ESTA SOCIEDAD DIRIGIDA Y CONTROLADA,
DE SU DESHUMANIZACIÓN Y SU AUTORITARISMO TECNOCRÁTICO?

PULSE AQUÍ PARA DECIR, “SI”.


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